Helga Thompson

Cuentos para conseguir el insomnio

Historias nacidas del desencuentro, del desatino, del olvido, del infortunio, del dolor. Con una pizca de gracia.

Las metanfetaminas

En Costa Rica, es un platal de capitales ilícitos que se legitiman cada año. Para darles una idea, en el 2022, la policía halló 12 millones de dólares en efectivo en Pérez Zeledón, además de armas, vehículos de lujo y cabezas de ganado. Allanaron casas, fincas, la municipalidad, dos bancos y las oficinas del Servicio Nacional de Salud Animal. Todo en un solo operativo.

Sin embargo, los funcionarios públicos y las instituciones estatales no tienen el monopolio del lavado de dinero. También somos un montón de empresarios, dueños de bares, restaurantes, lubricentros, lavacars, ventas de llantas, casinos, cinemas, pulperías, parques de diversión, iglesias, en fin, somos muchos, los que inyectamos ganancias del crimen en la economía. Lo mío es una cadena de verdulería. Tengo cinco locales.

Ayer, a las seis de la mañana, agarré el bus de Tres Ríos. Cargaba una mochila en la espalda y otra sobre mi pecho. La de atrás, de tamaño mediano, pesaba un poco más de diez kilos y contenía un millón de dólares en billetes de 100. Dentro de la más pequeña, que sostenía entre mis brazos, llevaba 80 millones de colones. Envueltos alrededor de mi cintura, 150 cartuchos de uso militar. También tenía una bolsa de tela en la mano, con chayotes, plátanos verdes, pejibayes y unas metanfetaminas escondidas en el fondo, empaquetadas con mucho cuidado.

De mí, nunca se sospecha. Salgo tempranito, metida entre los empleados de oficina, enfermeros, docentes, comerciantes que salen a trabajar. Tengo 34 años. Visto de estilo sencillo, con pantalones de ejercicio, tenis negros. Mi cabello pintado de castaño dorado, alisado, no pasa de mi mandíbula. Uso bolsos de calidad, resistentes, pero sin marca, apenas un toque de maquillaje. También me veo un poco panzona, por las fajas de municiones que llevo debajo de mi ropa, y es un detalle que me sirve, porque mi aparente sobrepeso atrae simpatía. Este aspecto de señora atareada, de clase media, genera confianza.

En la mañana de ayer, entonces, andaba apurada hacia la parada. Con mi cargamento, se me hacía difícil correr hasta el bus. Por suerte, el chofer esperó unos minutos a que llegara y me montara.

–Buen día, señor, muy amable. Que Dios me lo bendiga.

Pagué mi pasaje con unas monedas que andaba en el bolsillo, mientras una pasajera me indicaba el espacio libre a la par de ella. Por su velo y su túnica del color marrón característico de las carmelitas, asumí que se dirigía al convento de Santa Teresa. Me ayudó a organizar la mochila más grande y la bolsa de verduras en el asiento para que viajara más cómoda. Me quedé de pie, atenta. Mientras el bus buscaba su camino entre las filas de vehículos, conversamos sobre la agricultura y el clima en Cartago, donde, según le comenté, está la finca de mi papá –era mentira. Compartimos recetas de sopas, y acordamos que los quesos de Turrialba son inigualables a nivel mundial.

–Muchas gracias, madre, por la ayuda y la charla –me despedí, una media hora más tarde.

La hermana sostuvo la mochila más grande mientras me la colocaba en la espalda, alzó la bolsa para pasármela, y me prometió orar por la prosperidad de mi negocio. Bajé del bus con una sonrisa, agradecida con la humanidad y la vida.

Fue después de llegar a la verdulería, que me enteré de que faltaban las metanfetaminas.