Helga Thompson

Cuentos para conseguir el insomnio

Historias nacidas del desencuentro, del desatino, del olvido, del infortunio, del dolor. Con una pizca de gracia.

French Cancan

La señora iba alegre en la brisa de la tarde, la correa de su perro en la mano izquierda, en la derecha la bolsa de compras, las llaves, el celular y quien sabe qué más.

–¿La playa? Qué aburrido, ¡ni loca vuelvo! –exclamó, riéndose al teléfono.

Yo caminaba detrás. Mi chihuahua y su pastor brincaban y jalaban sus correas respectivas, con ansias de saludarse, pero por precaución, mantuve distancia. Ella no prestaba atención, concentrada en su conversación.

–Vieras que frío aquí, y yo sin ropa caliente. Ando con vestido cortito, el azul, ¿recuerdas?

Estaba hablando fuerte para tapar el sonido del viento, en español, con un acento extranjero. El vestido, por cierto, se veía elegante. De corte amplio y fluido, era hecho en una tela de algodón que llegaba unos centímetros por encima de las rodillas y terminaba con un borde de encaje muy decente. “De dónde será ella?”, me pregunté.

De repente, una ráfaga dio un giro a la escena, y, de paso, a la dignidad de la dama. El vestido se le levantó hasta la cintura. Ella gritó, el perro asustado dio una vuelta alrededor de sus piernas descubiertas, la correa se enredó, y para empeorar todo, con el celular pegado al oído y sus cosas en las manos, le fue imposible a la señora disimular su parte trasera que, de hecho, tenía imponente. Mi perrito quedó boquiabierto. Yo, caballero, miré hacia la parada de bus como si nada hubiera pasado.

–Amiga, no lo vas a creer, ¡el viento se me llevó todo el vestido!

En una carcajada, siguió:

–Hasta el ombligo. ¡Morí! Esto es la Avenida Central, no el Moulin Rouge. ¡Capaz que me den una multa!

Algo avergonzada, pero no tanto como yo, se compuso, notó mi presencia, y me dirigió la palabra:

–Excusez-moi, Monsieur, je ne suis pas d’ici.

Que no fuera de aquí, sospeché que era mentira para salvar las apariencias, porque la veía todos los días. La señora desapareció en el edificio siguiente, con perro, correa, bolsas, compras, teléfono, llaves y decoro, dejando flotar su risa y una nota de perfume francés.