Helga Thompson

Cuentos para conseguir el insomnio

Historias nacidas del desencuentro, del desatino, del olvido, del infortunio, del dolor. Con una pizca de gracia.

En la alcantarilla

Estaba lloviendo duro. Tenía frío y hambre, como todas las noches. En la penumbra, tropecé con una cosa indefinible y me vine abajo en un charco de agua. Fue entonces cuando al transitar de un carro, un brillo metálico captó mi mirada. El vehículo siguió su camino, y la calle quedó oscura. Mi mano buscó el objeto revelado por la luz fugaz. “Ojalá algo de interés para usar o trocar”, me ilusioné.

A tientas, identifiqué la hoja de un cuchillo de cocina, ancha, alargada, filosa, en el fondo de la alcantarilla. Por el peso del acero y la textura del mango, quizás de roble, pulido con destreza, supe que había encontrado un objeto costoso. Era una noche de suerte. Olvidé mis días de sobrevivir con los sobros de comida que tiraba la gente, agarré el cuchillo lavado por el aguacero y pretendí que era un chef. Ahí, frente al supermercado donde nadie me veía, me entretuve un rato con gestos de cortar, picar, rebanar carnes y hortalizas imaginarias. Al mismo tiempo, estaba calculando el valor de mi hallazgo.

Las sirenas de la policía interrumpieron mi fantasía. Unas luces deslumbrantes penetraron la cortina de lluvia y barrieron la calle. Cegado, aturdido, en lugar de correr me quedé inmóvil como un idiota, el cuchillo dando vueltas en el aire.

–¡Arrodíllese, manos arriba!

No me dieron chance de acatar la orden. Recibí un par de tiros en el pecho. Un chorro de sangre corrió en el asfalto, diluido por la lluvia.

Enseguida, descubrí lo que los focos de la patrulla habían expuesto: los restos de una joven, esparcidos en el parqueo. Antes de morir distinguí la cabeza, descuartizada, en la alcantarilla.